jueves, 21 de marzo de 2019

Aumenta el temor a que una tormenta solar masiva destruya nuestra civilización

Las tormentas solares, en palabras de la NASA, son capaces de interrumpir redes de energía, comunicaciones y GPS y provocar deslumbrantes auroras. Si tuviéramos hoy una tormenta parecida a la que tuvo lugar en 1859, la vida se paralizaría, según nt.

La tormenta recibió el nombre de Tormenta de Carrington, por el astrónomo Richard Carrington, que fue testigo del acontecimiento y la primera persona en comprender la relación entre la actividad solar y las alteraciones geomagnéticas de la Tierra.


Nuestro planeta sufre un bombardeo constante de partículas cósmicas. Procedentes en gran medida del Sol y también de las estrellas o de los más violentos y lejanos eventos del Universo, no sería exagerado decir que cada centímetro cuadrado de nuestro mundo recibe, a cada segundo que pasa, el impacto de millones de estas partículas de alta energía, según recoge José Manuel Nieves en ABC.

Afortunadamente, contamos con un escudo natural que nos defiende de esta agresión constante: el campo magnético que rodea la Tierra y que desvía, o convierte en una lluvia inofensiva, la mayor parte de esas partículas letales. Sin él, es muy probable que la vida se hubiera extinguido hace mucho tiempo, o incluso que ni siquiera hubiera llegado a formarse.
Es el caso de lo que los expertos conocen como «tormentas solares masivas», provocadas por enormes explosiones en la superficie del Sol y ante las cuales no existe defensa posible. Sabemos que esas «megatormentas» se producen, pero llevamos demasiado poco tiempo observando sistemáticamente el Sol como para ser capaces de prededir sus ciclos con exactitud.

No olvidemos que hace apenas 70 años que los investigadores disponen de instrumentos para estudiar y medir la intensidad de las tormentas solares. Un tiempo muy corto pero que sin embargo ha bastado para darse cuenta del riesgo que esas tormentas pueden suponer para las redes eléctricas, los sistemas de comunicaciones, los satélites, el tráfico aéreo y, en definitiva, para todo aquello que hace posible la vida cotidiana de miles de millones de personas en todo el mundo.

En la actualidad, en efecto, un creciente número de investigaciones nos está indicando que las tormentas solares que han afectado a la Tierra pueden llegar a ser incluso mucho más poderosas de lo que las mediciones directas han demostrado hasta el momento. Ahí está el ejemplo del llamado « evento Carrington» de 1859, considerada como la tormenta solar más potente de la historia. A finales de agosto de ese año, la superficie solar emitió una tremenda llamarada, una nube de partículas ardientes varias veces más grande que la Tierra. Y lo hizo justo en nuestra dirección.

Durante esos días, y a medida que la enorme tormenta envolvía nuestro planeta, las auroras boreales (provocadas por las partículas solares que son desviadas hacia los polos por el campo magnético) llegaron hasta los trópicos (incluso se avistaron auroras boreales desde Madrid), y varios días después, entre el 1 y 2 de septiembre, los sistemas de telégrafos fallaron o se incendiaron de forma espontánea a lo largo de toda Europa y América del Norte debido a la oleada de energía que recibieron.

El evento Carrington fue observado por el astrónomo del que tomó su nombre (Richard Carrington), que a pesar de la falta de medios de la época consiguió recopilar numerosos datos. ¿Pero qué hay de las «otras» grandes tormentas solares del pasado, esas que nadie lo suficientemente preparado observó y de las que no existe registro alguno? ¿Cuántas ha habido? ¿Cómo de potentes? ¿Cada cuánto tiempo se producen?

Durante las últimas dos décadas, los científicos se esfuerzan por buscar signos de grandes tormentas solares más atrás en el tiempo, con la esperanza de desentrañar sus ciclos y conocer, por lo tanto, qué nos depara el futuro.

Los núcleos de hielo conservan, en forma de estratos superpuestos, auténticas «instantáneas» que permiten extraer información sobre la composición atmosférica, el clima o la biología de momentos concretos del pasado. En esta ocasión, los núcleos estudiados procedían de Groenlandia y contenían hielo formado durante los últimos 100.000 años. Y en ese material se incluían evidencias de una poderosa y hasta ahora desconocida tormenta solar que alcanzó la Tierra en el año 660 antes de Cristo.

«Si esa tormenta solar hubiera ocurrido hoy -asegura Raimund Muscheler, profesor de Geología de la Universidad de Lund y autor principal de la investigación- habría tenido graves efectos en nuestra sociedad tecnológica».
El estudio ha traido a la luz el tercer caso conocido de una tormenta solar masiva descubierta gracias a observaciones indirectas. Es decir, estudiando los «archivos» de la propia Naturaleza, en forma de núcleos de hielo o anillos de los árboles. Con anterioridad, Muscheler también participó en una investigación que confirmó la existencia de otras dos «megatormentas» solares sucedidas en los años 775 y 994 (después de Cristo) respectivamente.

En su artículo, Muscheler y sus colegas destacan que, aunque las tormentas solares masivas son raras, los datos indican que podrían ser «hechos naturales recurrentes» en la actividad solar. Es decir, un tipo de ciclo solar que nos resulta tan peligroso como desconocido. «Es justamente por eso -indica el investigador- que debemos aumentar las medidas de protección de la sociedad ante las tormentas solares».

No sabemos exactamente cuándo, pero la próxima gran tormenta solar llegará. «Nuestra investigación -concluye el científico- sugiere que actualmente estamos subestimando los riesgos. Necesitamos estar mejor preparados».https://www.periodistadigital.com

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