jueves, 13 de abril de 2017

Un laberinto cósmico tejido por 7.000 arañas

En absoluto secreto, 7.000 arañas vivieron durante seis meses en una de las salas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Mientras los visitantes contemplaban las exposiciones de Antonio Berni y de Pablo Picasso, encima de ellos tejía su hogar la populosa colonia de Parawixia bistriata traída del norte de Argentina por el equipo del artista Tomás Saraceno y expertos del Museo Argentino de Ciencias Naturales. Con las arañas de vuelta a su hábitat natural, es posible a partir de hoy asomarse al frágil laberinto que construyeron en blanco sobre negro. Su trabajo forma parte de la exposición Cómo atrapar el universo en una telaraña, la primera muestra individual de Saraceno en su país natal, comisariada por Victoria Noorthoorn.


Al caminar hacia esa red de cuatro metros de altura es difícil no sentirse un insecto a punto de ser atrapado. Descartada esa pesadilla inicial y a medida que los ojos se acostumbran al cambio de escala, la red se vuelve hipnótica por sus 1.001 detalles: hay telarañas con diseños orbitales circulares y otras con formas alargadas, esquinas pobladas con decenas de pequeñas redes y lugares de la sala cruzados sólo por filamentos de seda solitarios. Al acercarse aún más, pueden apreciarse diminutas motas de polvo enganchadas en los hilos, algunos ácaros habrán corrido la misma suerte.
"Me acuerdo cuando era chiquito que vivíamos en casas muy viejas y en los altillos podía ver esas construcciones de telarañas. Las miraba con mucha curiosidad y lo sigo haciendo ahora", dice a EL PAÍS Saraceno (San Miguel de Tucumán, 1973), quien pasó su infancia entre Italia -donde se exiliaron sus padres durante la dictadura- y Argentina. Licenciado en arquitectura por la Universidad de Buenos Aires, ahora vive en Berlín. Después de más de una década de investigación, tiene en su estudio la mayor colección de telarañas del mundo. "Mucha gente se ha obsesionado con los animales, pero no con las telarañas", afirma. Colabora con museos naturales y científicos interesados en la arquitectura del universo, que se presume como una gran telaraña cósmica, con filamentos de materia que unen entre sí a las galaxias.

"Las arañas, en su mayoría, son ciegas. Y la densidad del aire para ellas es como la densidad del agua para nosotros, así que su esfuerzo para moverse por la tela es similar al nuestro debajo del mar. Viven en un sistema perceptivo-sensorial completamente distinto al nuestro", dice con entusiasmo. Las Parawixia bistriata desplegaron sus hilos de seda a partir de la dirección en la que soplaba la corriente. En una sala negra con luz y temperatura controlada, las arañas dormían de día y se despertaban al anochecer para tejer y alimentarse con los grillos vivos que les proporcionaba el museo. "Existe una diversidad de cosmovisiones que están construidas alrededor de los sentidos que cada animal tiene. Me gusta pensarlo como un concierto: una forma de construir algo juntos que va más allá de lo humano", agrega.

El concierto soñado por Saraceno se materializa en la segunda sala de la muestra con la instalación Orquesta aracnocósmica. Una Nephila suspendida de un hilo teje su telaraña frente al público. Un haz de luz torna visible el polvo en el interior de la sala oscura. Mediante algoritmos, el movimiento de las partículas en suspensión y las vibraciones provocadas por la araña en la tela se transforman en sonidos y notas musicales reproducidas por 32 altavoces. El público, el artrópodo y el polvo forman parte de un único ensamble rítmico.

"Siempre tratamos de quitar el polvo de los muebles y de barrer las telarañas. La muestra es una forma de iluminarlos y de presentarlos de una manera distinta", afirma el artista. Las partículas presentes en la sala bailan proyectadas sobre una pantalla y Saraceno asegura que entre ellas hay también algunas procedentes de otras galaxias, parte de esa lluvia imperceptible de polvo cósmico -tan antiguo como el universo- que cada día atraviesa la atmósfera y cae en la Tierra. Es posible entonces tumbarse a oscuras en los almohadones repartidos por el suelo y fijar la vista en la pantalla para transformar esos puntos diminutos en estrellas lejanas que se mueven a cámara rápida, estremecerse cuando colisionan unas contra otras y pedir un deseo si tenemos la suerte de que alguna, fugaz, cae frente a nosotros.http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/06/actualidad/1491512380_023042.html

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