viernes, 31 de agosto de 2018

Una nueva constelación para héroes de nuestro tiempo


En ingeniería aeroespacial, la Navegación es la técnica, y el arte, de conocer la posición, la velocidad y la orientación de una nave en el espacio. En las misiones lunares Apolo, una vez que la nave se alejaba de la Tierra, su posición y velocidad eran estimadas en primera opción a partir de las precisas medidas hechas desde la Tierra por la red de espacio profundo, formada por tres complejos de grandes antenas parabólicas que desde Goldstone, en California; Canberra, en Australia; y desde Fresnedillas y Robledo de Chavela, en la provincia de Madrid, podían establecer una comunicación continuada con las naves según giraba la Tierra al estar emplazados los tres complejos en el mundo con una separación aproximada entre ellos de un tercio del perímetro del planeta.


El análisis Doppler del corrimiento en frecuencia de las señales enviadas a la Tierra por las naves daba una medida de sus velocidades en el espacio mientras que la distancia se podía conocer a partir del tiempo transcurrido desde que un código determinado dentro de una señal era enviado y recibido. Sin embargo, si el sistema de comunicaciones de la nave se viniera abajo durante una misión, la computadora de a bordo no podría ser actualizada con los datos relativos a su posición y velocidad determinados desde tierra. Por este motivo, uno de los requisitos del programa Apolo fue dotar a la tripulación con las capacidades necesarias para poder asegurar su regreso en caso de que las comunicaciones quedaran impedidas.

Por otra parte, no bastaba con conocer la posición y la velocidad para llevar a cabo las maniobras necesarias en una misión o para poder regresar sino que había también que poder determinar la orientación de la nave en el espacio ya que cualquiera que fuese la maniobra propulsora a ejecutar, esta habría de tener lugar en la orientación adecuada. En ambos casos, tanto para determinar su posición y velocidad así como su orientación de forma autónoma, la tripulación podía valerse de unas compañeras que estarían con ellos durante todo el viaje: las estrellas.

as estrellas durante las misiones Apolo eran la referencia fija, técnicamente llamada ‘inercial’, a la que la tripulación siempre podía recurrir para determinar dónde se encontraban y con qué orientación volaban. Haciendo uso de diversos algoritmos geométricos, la computadora de a bordo podía determinar los parámetros de su navegación comparando las observaciones estelares que hiciera la tripulación a través del sextante, instalado en el módulo de mando, con el catálogo estelar alojado en la memoria.

Las cartas estelares usadas en las misiones Apolo contenían numerosas estrellas y cuerpos planetarios para facilitar a la tripulación la identificación en el cielo de los elementos con las que operaba la computadora. El catálogo estelar contenido en la computadora estaba compuesto de treinta y siete elementos y había sido cuidadosamente definido para que la distribución de sus estrellas en el cielo siempre permitiera que la tripulación pudiera encontrar el número suficiente de ellas en cualquier orientación y condición de vuelo a lo largo de cada misión. Una de las estrellas del catálogo era el mismo Sol, pero el catálogo, además, contaba con dos cuerpos que no eran estrellas: la Tierra y la Luna, cuyos horizontes iluminados eran usados para medir con el sextante la distancia angular entre ellos y ciertas estrellas del catálogo con el objeto de conocer la posición de la nave entre los dos mundos.

Pero, a pesar de incluir planetas, el catálogo era igualmente llamado estelar; una simplificación humana intrascendente para una computadora que reconocía a sus elementos con códigos octales que hacían irrelevante el que los seres humanos les asignaran nombres arbitrarios como Luna o Sirio, así como le era irrelevante que a tres de sus códigos referidos a estrellas, los seres humanos les hubieran otorgado nombres que ni siquiera eran de estrellas, y mucho menos que fueran sentimientos humanos los que originaron esos nombres o que fuera también a causa de sentimientos humanos por los que se retuvieron.

Tres de las estrellas más débiles del catálogo, las que ocupaban las posiciones tres, diecisiete y veinte, eran Gamma Casiopeiae, Gamma Velorum e Iota Ursae Majoris, pero nadie las llamaba así, ni siquiera lo hacían por sus nombres tradicionales, apenas conocidos, Tsih, Suhail y Talitha, como habrían llamado según algunas fuentes los antiguos astrónomos chinos a la primera y los árabes a las dos últimas, sino que se referían a ellas como Navi, Regor y Dnoces.




Todo empezó con una broma. Gus Grissom, quien estaba designado para comandar la primera misión tripulada de una nave Apolo, y los otros dos miembros de su tripulación, Edward White y Roger Chaffee, incluyeron subrepticiamente aquellos nombres en las cartas estelares utilizadas durante sus entrenamientos en el Planetario Morehead, en Carolina de Norte, donde recibían la formación necesaria para reconocer las estrellas y constelaciones que serían su referente en la navegación estelar durante la misión que iban a tripular, la AS-204, llamada a ser la primera misión tripulada del programa Apolo, que a título póstumo fue bautizada como Apolo 1.

Aquellas extravagantes denominaciones no eran sino partes de sus nombres completos deletreados en orden inverso: Navi por Ivan, en Virgil Ivan Grissom -a quien se conocía simplemente como Gus-, Regor por Roger, en Roger Bruce Chaffee, y Dnoces por Second, en Edward Higgins White II (the second). Como conté en la entrada anterior, el 27 de enero de 1967, los tres astronautas murieron a causa de un incendio en el interior de su cápsula durante un ensayo en tierra cuando apenas faltaban tres semanas para su lanzamiento. Después de sus muertes, nadie quiso retirar de las cartas y catálogos estelares aquellos nombres que a tres estrellas les habían dado sus compañeros en vida.

Todas las tripulaciones de las misiones Apolo podían reconocer en el cielo oscuro que los rodeaba a sus luminosos habitantes y distinguir sus constelaciones, esos patrones arbitrarios con los que otros hombres en la antigüedad dieron forma a los dioses, semidioses y héroes de su tiempo y que fueron el vínculo con los que cientos o miles de años después navegaron guiados a su albur a otro mundo. Para cualquier misión Apolo, las estrellas fueron la gracia cósmica que los traería a casa, su ovillo de Ariadna en un cielo liso y oscuro que, por invariable, de no haber poseído esos puntos brillantes habría sido igual de traidor que para Teseo lo era un laberinto cambiante e impredecible. Después de haber perdido a la tripulación del Apolo 1, los catálogos y cartas estelares con que contaron todas las misiones Apolo retuvieron en su honor aquellas tres estrellas con aquellos nombres al revés con los que Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee bromearon en vida, como una moderna constelación para héroes que ahora pertenecían a nuestro tiempo.https://eduardogarciallama.lanasa.net/?p=1119

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