Los astrónomos han calculado que cada 300 años aproximadamente estalla una supernova en nuestra galaxia, pero curiosamente la última de ellas explotó en el año 1604, de ello hace más de 400 años y se espera que la próxima no tarde mucho en hacerlo, teniendo en cuenta el número de estrellas que compone nuestra galaxia (100.000 millones) y el número de estrellas candidatas a tal colosal catástrofe cósmica.
La supernova de 1604 se hizo tan brillante que dominaba el cielo, aún más brillante que cualquier estrella o planeta, exceptuando a Venus, el astro más luminoso tras el Sol y la Luna. Su explosión se produjo a unos 20.000 años luz del Sol y por ello no afectó de modo alguno a la Tierra, sólo se quedó en un bello espectáculo celeste.
A sabiendas de que la explosión de una supernova cercana podría poner en jaque la vida en la Tierra, los astrónomos buscan estrellas próximas, supergigantes, rojas y masivas, con la intención de conocer el tiempo de vida que les puede quedar a estas colosales estrellas.
Nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene muchas más estrellas jóvenes que viejas. La mayoría son estrellas azules y blancas, seguidas de las amarillas como el Sol y las rojas. El color es indicativo de su tiempo de vida. Las estrellas nacen con altas temperaturas y su color es el azul, a medida que pasa el tiempo se enfrían y el color cambia al blanco, aún más frías son las amarillas, pero las rojas lo son aún más y están en la fase final de su vida.
Cuando la galaxia se formó, todas las estrellas nacieron casi al mismo tiempo, pero en el Universo existe una Ley inexpugnable, que dice que mientras más grande es una estrella, menos tiempo de vida tiene. Si a ello le sumamos que tengan una masa superior a 1,4 la del Sol, estamos ante una bomba de relojería, máxime si éstas son supergigantes y sus masas están comprendidas entre las 10 y las 50 solares. Cuando estas estrellas comenzaron a morir, tras decenas de millones de años tras la formación de la galaxia, dieron lugar a titánicas explosiones. Cientos de ellas se convirtieron en supernovas y nuestra galaxia, vista desde otras galaxias lejanas, se hacía notar gracias a ellas. Puntos muy brillantes de luz aparecían aquí y allá en la Vía Láctea.
Tras esta etapa vino un período de tranquilidad hasta que nuevas estrella gigantes y supergigantes volvieron a explotar. Ahora dichas explosiones se mantienen de forma menos numerosa y con un lapsus de tiempo de unos 300 años. Dado que este período de tiempo ya ha pasado con creces desde 1604, los astrónomos buscan la próxima supernova y las consecuencias que podría traer a la Tierra, debido al amplio conocimiento que ahora tenemos de ellas.
Visible para el Australopiteco
Los últimos estudios realizados con telescopios terrestres y espaciales confirman que el Sistema Solar está envuelto en una gigantesca nube de residuos de supernovas que fueron visibles de forma notable en tiempos del Australopiteco. De hecho, esta burbuja, denominada Sco-Cen o Burbuja Local, tiene unas dimensiones de 300 años luz. Las supernovas fueron frecuentes en aquella época.
En restos fósiles encontrados en el fondo marino, se han localizado isótopos de Fe60, cuya formación no es terrestre, sino procedente de explosiones supernovas. Tengamos en cuenta que el hierro se forma en el interior de las estrellas momentos antes de estallar y es liberado al espacio para formar una nueva generación de estrellas y planetas. Ello es una prueba evidente de que las explosiones de supernovas penetran la atmósfera terrestre y llegan a la Tierra en mayor o menor medida, dependiendo de la distancia a la que éstas estallan. De hecho, algunos investigadores estiman que alguna de estas explosiones pudo haber provocado grandes extinciones de vida sobre la Tierra.
Hay pruebas suficientes para pensar que el Sistema Solar se formó gracias a una explosión supernova, cuya onda expansiva comprimió el gas y el polvo existente en el espacio, mezclándose con los restos de la supernova para formar el Sol y los planetas, según investigaciones y simulaciones hechas desde el Instituto Carnegie.
No obstante, aún se duda de a qué distancia debería estar una supernova para dañar nuestro planeta. Algunos investigares dudan entre una distancia de pocas decenas de años luz o pocos centenares de ellos. Si fuera el primer caso, podríamos estar tranquilos, ya que no existen estrellas candidatas a supernovas a decenas de años luz.
Si las supernovas afectaran a la Tierra a pocos cientos de años luz, tendríamos que estar más intranquilos porque existen algunas estrellas supergigantes a estas distancias que se encuentran en la fase final de su vida y que en cualquier momento podrían estallar.
¿Qué le pasaría a la Tierra?
¿Cómo afectaría a la Tierra una supernova cercana y masiva? Para que afectara a la Tierra, la estrella cercana debería tener una masa superior a 15 masas solares y estas estrellas existen. Por ejemplo, la supergigante Antares, estrella alfa de la constelación de Escorpión con 15 masas solares y a una distancia de 550 años luz o la mayor candidata: Betelgueuse, estrella roja y la más brillante de la constelación de Orión, con 20 masas solares, mil veces mayor que el Sol y a una distancia de uno 650 años luz. La estrella está sumida en un proceso de contracción, debido a que ha agotado la energía que la mantenía estable al convertir hidrógeno en helio, indicativo de que se aproxima a la fase de explosión o supernova, pero nadie puede decir cuándo ocurrirá. Si explotara brillaría tanto como la Luna llena y se vería en pleno día
Una explosión supernova libera tal cantidad de energía que la hace brillar tanto como una galaxia entera; como 100.000 millones de estrellas. La liberación de rayos cósmicos, que son partículas subatómicas (electrones, protones, neutrinos, núcleos atómicos sin electrones…) que viajan casi a la velocidad de la luz y de alto poder energético, si atraviesan el campo magnético terrestre, pueden causar la destrucción de la capa de ozono de la Tierra dejando pasar la radiación ultravioleta procedente del Sol, radiación mortal para la vida en la Tierra, la capa de ozono sirve de filtro protector contra la radiación ultravioleta. Investigadores de la NASA han indicado que para que ello ocurra la supernova debe estar a menos de 50 años luz de distancia y que la capa de ozono sea ampliamente bombardeada con radiación X y gamma.
Una lluvia de rayos cósmicos podría afectar a los iones existentes en nuestra atmósfera que contribuyen a la formación de nubes, de manera que podrían aumentar o disminuir la cantidad de nubes, provocando cambios inusuales en el tiempo. Los rayos cósmicos siguen siendo objeto de estudio y así como sus efectos sobre la Tierra.
Otros nuevos peligros para la Tierra se están estudiando, como los estallidos de rayos gamma, que suelen proceder de la formación de agujeros negros y son las mayores explosiones energéticas del Universo. Si un estallido de rayos gamma fuese dirigido hacia la Tierra, incluso a 10.000 años luz de nosotros, los efectos sobre la Tierra serían mayores que las explosiones de supernovas, aunque nadie puede prever los efectos sobre la Tierra de una explosión supernova supermasiva y distante que proyecte un gigantesco chorro de rayos gamma sobre la Tierra y estas explosiones se han detectado, aunque demasiado lejanas y no dirigidas hacia la Tierra.
Por Miguel Gilarte Fernández, presidente de la Asociación Astronómica de España y director del Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata.http://www.abc.es/ciencia/
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