MAR DEL PLATA.- ¿Qué pregunta se le hace a una persona que ayudó a construir la máquina que permitirá, en poco tiempo, recrear el Big Bang? ¿Cómo comienza una entrevista con el ingeniero de la Máquina de Dios, que trabajó para acercarse a la primera explosión que dio origen al universo? ¿Y si empiezo con el remanido "¿usted cree en algo superior"? ¿Me lo perdonaré? Seguro que a alguien tan importante, con un saber incalculable, cualquier comentario le va a parecer banal, extemporáneo y no hay maquillaje para la ignorancia, así que me apropio de esa frase tan común entre los periodistas y me pregunto: "¿De qué me disfrazo?". De atrevida, decido y me acerco a él, estiro la mano, le pregunto si es Mario Benedetti y me siento lentamente, con temor reverencial, con el miedo del que no sabe. Y él dice: "Te pedí un café. ¿Lo querés con una medialuna para mojar? Acá las hacen riquísimas".
El alivio es tan reparador como la sopita en el cortado y sólo entonces entiendo que este hombre es feliz. Tiene una enorme y lindísima familia, encabezada por Cristina, su mujer, una gran hacedora; una carrera científica increíble; las herramientas para arreglar e inventar lo que se le ocurra, y un hobby delicioso: es carpintero; repara muebles antiguos.
Mario Benedetti, que nació en Italia, muy lejos de su homónimo uruguayo poeta y escritor, dice con respeto y entre risas que el verdadero Mario Benedetti es él: "Porque el poeta tenía varios nombres: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia. En cambio, el mío es el único. ¿Y sabés por qué me lo pusieron? Porque no terminaba de nacer; estaba con medio cuerpo afuera, ahogado y la partera me dio la extremaunción diciendo: «Te bendigo, María o Mario, lo que seas, en el nombre del Padre...».
Fue Mario, nomás. Mario de Sant´Angelo In Vado, Marcas, Italia, donde nació el 2 de abril de 1945. Y ahora es Mario, de Mar del Plata, República Argentina, donde se naturalizó en 1966. Y será Mario, el de la "máquina de Dios", el que inventó una plaqueta que nadie podía redondear y que en Ginebra le pusieron L´Argentine en su homenaje.
Mario Benedetti, un ser agradecido que va por todo el país, invitado para dar charlas en las que explica qué es el acelerador de partículas que puede ayudar a discernir cientos de secretos de la creación del universo. Ahora, acaba de subir a YouTube ( http://www.youtube.com/watch?v=qwM3NzU6nU8 &feature=PlayList &p=102525F5EC593410 &index=0 &playnext=1 ) la videoconferencia con la explicación y aplicaciones de esta colosal máquina y es un placer escuchar la sencillez con la que explica a Einstein, los agujeros negros o el túnel de 27 kilómetros cavado debajo de la cuidad suiza, donde se recreó el comienzo de todo.
"Fui por primera vez a Ginebra y conocí la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), en 1975, y me dije: «Yo quiero trabajar acá». Por entonces, no era masivamente conocido; en cambio, ahora se puede decir que es un acelerador popular y global; es el más energético del mundo, con una tecnología de avanzada, y el nombre que recibió lo hace más famoso."
Mario Benedetti quedó tan prendado de esa tecnología a los 29 años, cuando se presentó a pedir trabajo como argentino, primero, y como italiano después, con dos becas diferentes, y ganó ambas. En esa época, todo era muy difícil para un sudamericano y, mientras esperaba el resultado del concurso, me asocié con un suizo, con el que formamos una empresa y recibíamos trabajo del CERN. En una de esas vueltas, mientras entregaba material, me crucé con Claude Germanie, un francés que era jefe de división del Grupo Power, y me preguntó si me animaba a rediseñar una fuente que tenía problemas.
¿Qué piensa usted cuando alguien habla de una fuente con problemas? ¿Un tablero cuyos cables están más o menos sueltos o pelados? ¿Un enchufe quemado? ¿Tapones que saltaron? No, al menos no en este caso: Mario Benedetti, que estaba dispuesto a todo por trabajar en esa meca de la física, hasta bancarse a un alemán que se burlaba de él y que terminó dándole trabajo, rediseñó la fuente en tiempo récord y, antes de regresar glorioso a la Argentina, anticipó que iban a tener problemas en el futuro con otras fuentes especiales, cosa que sucedió.
Ya en el país, y casi secretamente, Benedetti se puso a trabajar en aquel problema anunciado y en 1980 encontró la posible solución, mientras ingresaba a trabajar en el Conicet y se quedó acá, siempre pensando y pensando. Hasta que en 1987 publicó un trabajo, en el que describía lo que había advertido y su solución, y lo vuelven a convocar desde Ginebra, esta vez para aplicar la idea en la práctica
Mario recuerda el día que en Suiza se preparaba para poner en marcha por primera vez la dichosa fuente, luego de dos años de desarrollo. Había sol ese día de julio de 1989, cuarenta y cinco pares de ojos mirándolo y una apuesta a cumplir: había dicho que si hacía funcionar la máquina, el jefe (el alemán gastador) tenía que pagar champagne para todos.
El laboratorio estaba en el segundo piso, con una hermosa vista a los jardines y a un viñedo, y en todos los hombres (pues no había mujeres por entonces en el grupo) la expectativa era enorme, la pantalla del osciloscopio esperaba el milagro y, curiosamente, se produjo: arrancó. "Salió andando -dice Mario, muerto de risa-. Hubo aplausos, silbidos, felicitaciones, y no pagaron el champagne, pero le pusieron L´Argentine."
Un "formador" de profesionales
Lo cuenta como si nada y aporta un dato que casi no se puede creer: como eran más de 8000 las personas que trabajaban para la creación de la "máquina de Dios", y muchos estaban lejos de Ginebra, se creó un protocolo de comunicación en inglés: www (?world wide web´), que permitió la Internet que conocemos hoy.
Benedetti se dedicó, desde entonces, a formar profesionales en la universidad, a rescatar muebles antiguos y a disfrutar de Mar del Plata, pero en 2004 fue llamado nuevamente a Suiza para que desarrollara un testeador para las 20.000 placas de control, que se debían poner en el acelerador y que no lograban hacerlo en tiempo y forma.
"Lo que pasa es que yo extraño mucho; entonces, el trabajo lo comencé allá y lo terminé acá", cuenta, y relata que el día que comenzó a funcionar la «máquina de Dios» él siguió todo el proceso por Internet y lloró como un chico cuando funcionó correctamente, y se alcanzaron con la energía programada las colisiones que nos acercaran al comienzo de todo. Lo dice y todavía se emociona.
-¿Qué le pregunta la gente cuando se entera de que usted trabajó en el acelerador?
-Si la máquina podría producir el fin del mundo, un agujero negro. Esa es la principal fantasía.
-¿Y qué cosas se supieron a partir de la puesta en marcha?
-Que hay un punto cero desde donde se parte, pero todavía no sabemos cómo evolucionó en los primeros mil millonésimos de segundo de ese punto. Tampoco se entiende por qué, si había la misma cantidad de materia que de antimateria en el comienzo, hoy prepondera la materia. No se sabe de qué está compuesta la materia oscura ni la energía oscura ni quién es responsable de la masa de las partículas. Todo esto puede ser revelado, tal vez, con este experimento, pero hay que tener paciencia porque recién arranco el motor.
-¿Y ya sabe qué hay detrás de lo primero, del big bang ?
-No, no tengo argumentos para esa pregunta.
Benedetti quiere ser rotundamente preciso en sus explicaciones de la ciencia, pero se relaja cuando habla de su infancia y de su hobby . "Crecí en la calle; tuve una niñez muy feliz; me fabricaba mis propios juguetes y cazaba con gomera, sobre todo en Sierra de los Padres. Mis viejos tenían un hotel y pusieron el primer café americano de la ciudad."
Lo cuenta mientras charlamos en su taller de carpintero, en un ala de su enorme casa de esta ciudad, que reconstruyó con sus propias manos. Acaricia el marco de un viejo cuadro y se pone a limar algunas imperfecciones. Y cuenta que no le teme a nada, ni a la vida ni a la muerte, que hizo su propio decálogo (que incluye no poner el dinero por delante de la ciencia) y hace de la frase "Los imposibles no existen" su lugar común, su Biblia. "Si me muriera mañana, no tendría nada que reclamar", jura, y sentencia: "Hubo un instante, cuando estaba en Ginebra, en el que percibí a través de la piel que personas de diferentes lugares, con creencias y culturas distintas pueden trabajar en conjunto y emocionarse por lo mismo".
Y explica, siempre didáctico: "Las leyes de la naturaleza son prácticamente el único elemento de la cultura humana que está más o menos al amparo de las diferencias ideológicas. Por eso, científicos del mundo entero trabajan en el CERN, para alcanzar un objetivo común, un conocimiento más profundo de la tecnología y del mundo que nos rodea. Este aspecto es, quizá, más importante aún que los descubrimientos en la física, en la medida en que estas colaboraciones internacionales contribuyan a mejorar las relaciones entre las naciones y a descartar los peligros que amenazan la existencia, incluso, de la civilización".
La noche empieza a caer en esta ciudad. Mario trata en vano de apartar el gato que se interpone entre él y la notebook con la que trabaja. Se calza unos anteojos pequeños para escribir y el parecido con el Indio Solari es notable. Se lo digo. Se ríe y convida con té y galletitas.
-Dígame, Mario, ¿qué le da placer a usted?
-El beso que me dio mi mujer esta mañana, esta charla, todo.
Y el universo, claro, ese universo que él ayudó a desentrañar. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1298920leer mas
me gusto
ResponderEliminarlo recomendio para todos
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