Un pulso científico en torno a la misión Kepler que busca cuerpos celestes semejantes a la Tierra
El pasado 21 de julio el astrofísico Dimitar Sasselov, de la Universidad de Harvard, pronunció una conferencia que dio lugar a una pequeña tormenta científica. Anunció en ella que el equipo de la misión Kepler , del cual forma parte, había descubierto ya más de 100 planetas "semejantes a la Tierra" (earth-like en inglés), y que podía pronosticarse que en nuestra galaxia habría unos cien millones de planetas habitables. La noticia tuvo un eco inmediato en los medios de comunicación, y un segundo eco, airado, de desmentidos de otros miembros de la misión, encabezados por su investigador principal, William Borucki, del centro Ames de NASA. Borucki precisó que lo único que puede hacer Kepler (un telescopio de 95 centímetros de diámetro puesto en órbita en 2009) es detectar planetas de tamaño terrestre. Y, por ejemplo, un cuerpo de dimensiones terrestres pero muy cercano a su estrella sería una esfera fundida, es decir algo muy diferente a la Tierra. Añadió: "Es lamentable que un miembro de nuestro equipo confunda así al público", una reprimenda fuerte para lo que se estila en círculos académicos. Sasselov se vio obligado a rectificar públicamente, aunque lo hizo acusando a los medios de ser los causantes del malentendido.
Varias historias se entretejen en ésta. La principal es que los miembros de esta misión, y los cazadores de planetas en general, sienten que alguno de ellos puede pasar a la historia como el descubridor del primer planeta gemelo de la Tierra, quizá con vida a bordo. Sasselov lo dejó muy claro en su charla, al partir de Copérnico y argumentar que estamos viviendo hoy el final de la revolución que el polaco comenzó en 1543 con el destronamiento de la Tierra como centro del Universo: encontrar otra Tierra cerraría el círculo. Pero la aspiración a formar parte de la historia de la ciencia casa mal con unos rígidos protocolos establecidos por la NASA para el estudio de los datos de la misión: las estadísticas vitales de los 400 candidatos más relevantes no se harán públicas hasta febrero, para que haya tiempo de filtrarlas y descartar así las falsas alarmas. Son sólo unos meses, una minucia comparada con los tiempos de Copérnico, quien guardó su manuscrito durante 37 años. Pero es que entonces no había investigadores principales ni financiaciones millonarias.
Un tercer tema tiene que ver con la divulgación de la ciencia. ¿Primero artículos especializados, y sólo luego divulgación? ¿Incluso si el tema es apasionante para millones de personas? ¿Por qué no abrir el apetito de los consumidores de ciencia, levantando una esquina del telón? Si se hace esto último, ¿hay que ser igual de riguroso con la terminología? ¿Hasta qué punto "semejante a la Tierra" implica "habitable"? El visionado de la conferencia de Sasselov deja en buen lugar al científico: quizá la terminología no es exquisita, pero no hay ninguna implicación sensacionalista. Y la cifra de millones de planetas habitables en la Vía Láctea ya circula como una estimación sensata en medios científicos. Así que la reacción de Borucki parece más bien una llamada a que nadie se desmande cuando llegue el momento crucial de dar publicidad a los datos filtrados.
Los celos pueden estar justificados. Sasselov, un gran divulgador, es además un avanzado en el estudio de las llamadas supertierras, planetas de hasta 10 masas terrestres que, argumenta, podrían ser incluso más favorables que la Tierra para la vida compleja. Se basa en que su mayor masa implicaría tanto energía abundante y duradera (los planetas grandes y los calderos de sopa se enfrían muy lentamente) como una gran capacidad de retener compuestos ligeros, agua y gases. Muchos de ellos serían, por tanto, planetas oceánicos con atmósferas variadas y abundante calor volcánico, el marco preferido para el origen de la vida en nuestro planeta. La primera supertierra oceánica se localizó a finales de 2009; poco antes, el equipo de Sasselov había mantenido una refriega sobre la probabilidad de que exista tectónica de placas en estos planetas, una situación en principio favorable a la vida compleja. La relación se basa en que esta dinámica, al generar variaciones geográficas, produce también continuamente nuevas condiciones ambientales aprovechables por una posible biosfera.
Aparece así el tema de la gran unificación entre Ciencias Físicas (y específicamente las planetarias) y Ciencias de la Vida, la conexión más popular de la ciencia actual. El origen de la vida, uno de los grandes temas científicos no resueltos, cambia de marco y se desplaza desde nuestro caso particular a otro cósmico (galáctico, en realidad) donde tal vez la siguiente generación de científicos pueda, dentro de pocos años, experimentar con las condiciones de distintas supertierras. A estas grandes expectativas hay que atribuir los nervios de los competidores: Sasselov ha hecho una salida en falso y ha sido debidamente amonestado.
Un último aspecto a resaltar, éste en la Tierra: las estimaciones de las subidas de la temperatura media para finales del presente siglo empiezan a ser cada vez más ominosas: ya casi nadie habla del objetivo de dos grados centígrados y en cambio suenan repetidamente cifras más preocupantes, como cuatro o incluso seis grados centígrados. Cualquiera de éstas haría difícil la supervivencia en grandes zonas del planeta. Sería sumamente irónico que empezásemos a hallar planetas habitables por millones cuando estuviésemos a punto de convertir en inhabitable el nuestro.
Francisco Anguita es autor, junto a Gabriel Castilla, del libro Planetas (Editorial Rueda), de próxima aparición, y profesor jubilado de la Universidad Complutense de Madrid.
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