La proliferación de satélites en órbita baja comienza a contaminar un volumen creciente de imágenes científicas, amenaza a telescopios espaciales como el Hubble y compromete la viabilidad de investigaciones clave.
La expansión de las megaconstelaciones —lideradas por Starlink— ha dejado de ser una anécdota luminosa en el cielo para convertirse en una amenaza estructural. El mensaje central del estudio publicado en Nature es contundente: la contaminación lumínica artificial ya no afecta solo a los observatorios terrestres; también está alcanzando a los telescopios situados en el propio espacio.
El dato que resume la magnitud del problema: el 96 % de las imágenes de algunos telescopios espaciales en órbita baja podrían quedar contaminadas en la próxima década.
La rápida reducción de costes ha disparado el número de satélites:
2019: 2.000 satélites activos.
2025: casi 15.000.
2030: la ESA prevé que la cifra supere los 100.000.
La industria, liderada por los gigantes de las telecomunicaciones, ha solicitado autorización para lanzar hasta 500.000 satélites adicionales. El resultado: un cielo cada vez más congestionado, donde los rastros luminosos cruzan miles de imágenes científicas clave.
Hubble y SPHEREx: los veteranos también sufren
El impacto ya no es teórico. Entre el 30 % y el 40 % de las imágenes del Hubble podrían quedar afectadas si se despliegan todas las constelaciones previstas. En el caso de SPHEREx, lanzado este mismo año, hasta el 99 % de las imágenes podrían presentar trazas de satélites, según el estudio.
Aunque parte de estas interferencias pueden corregirse mediante técnicas de procesado o tomas múltiples, el coste científico y operativo aumenta. Y en observaciones que dependen del momento exacto —como la búsqueda de asteroides potencialmente peligrosos—, el daño puede ser irreparable.
El trabajo, liderado por el astrofísico español Alejandro Serrano Borlaff, ha provocado debate en la comunidad científica. Su conclusión más llamativa es el riesgo extremo para ARRAKIHS, futura misión europea orientada a estudiar materia oscura, cuya cámara —según sus cálculos— vería contaminado el 96 % de su campo de visión.
Pero aquí surge la discrepancia.
Tanto el líder científico de ARRAKIHS, Rafael Guzmán, como el responsable del proyecto en la ESA, Carlos Corral, matizan esa conclusión:
El telescopio apunta perpendicular al limbo terrestre, no hacia zonas saturadas de tránsito satelital.
Las proyecciones reales estiman un impacto en torno al 1 %.
La misión está diseñada para lidiar con interferencias mucho más intensas, como los rayos cósmicos.
Aun así, ambos coinciden en el diagnóstico global: llenar el cielo de decenas de miles de satélites no es una solución sostenible.
Un futuro en riesgo: ¿qué se pierde si no se actúa?
Lo que comenzó como un fenómeno viral —los trenes luminosos de Starlink ascendiendo al cielo— se ha transformado en un desafío internacional. Elon Musk prometió mitigaciones que no llegaron, mientras la contaminación crece en silencio.
La comunidad científica teme que se consolide un escenario en el que la astronomía —una disciplina que depende de la oscuridad del cielo— quede condicionada por decisiones comerciales.
El impacto no se limita a imágenes arruinadas. Las consecuencias estructurales incluyen:
Búsqueda menos precisa de asteroides potencialmente peligrosos.
Menor capacidad para detectar objetos débiles o distantes.
Mayor probabilidad de colisiones y generación de basura espacial.
Aumento exponencial del coste operativo de misiones científicas.
Y la idea de huir hacia telescopios espaciales ya no es una garantía. Como advierte la propia NASA: en órbita baja, ya no hay escapatoria. @mundiario.https://www.mundiario.com/articulo/tecnologia-ciencia/basura-espacial-eclipsa-incluso-hubble-astronomia-entra-mayor-crisis-satelites/20251205110250365876.html
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