Hace ya una década, Stephen Hawking avisaba de que una de las posibles razones para la aparente escasez de vida inteligente en nuestra galaxia es la alta probabilidad de que asteroides, o cometas, choquen contra los mundos habitados, acabando con la vida antes de que pueda desarrollarse lo suficiente. Ahora, un equipo de astrónomos de la Universidad de Buckingham afirma que el descubrimiento, durante las dos últimas décadas, de cientos de cometas gigantes (llamados "Centauros") en las fronteras externas de nuestro sistema planetario implica que esos objetos suponen una amenaza mucho mayor para la vida que los propios asteroides.
Los Centauros, en efecto, suelen tener órbitas inestables, ya que se cruzan a menudo con las trayectorias de los grandes planetas exteriores del Sistema Solar, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. De hecho, la fuerza gravitatoria de esos mundos podría fácilmente desviar esos objetos hacia la Tierra. Un cometa del tipo Centauro suele tener entre 50 y 100 km. de diámetro, o incluso más. Una sola de estas rocas heladas tiene más masa que toda la población hallada hasta ahora de asteroides cercanos a nuestro planeta.
Debido a su gran distancia de la Tierra, estos cometas, mucho mayores de los que vemos normalmente, apenas sí aparecen como una débil mota de luz, incluso a través de los telescopios más potentes. Incluso Febe, una de las lunas de Saturno, de unos 200 km. de diámetro, es probablemente un Centauro, capturado por el planeta gigante en algún momento del pasado. Y hasta que se envíe una nave a visitar algún otro cometa gigante, la mejor idea que tenemos sobre su aspecto viene de imágenes como la que encabeza estas líneas, captada por la sonda Cassini en las cercanías de Saturno. Puede que la New Horizons, que llegó a Plutón hace seis meses y que a finales de 2018 se dirigirá a estudiar un lejano objeto aún más lejano, logre aportar un material mejor.
Los cálculos sobre la cantidad de Centauros que, por una u otra razón, terminan por dirigirse hacia el interior del Sistema Solar (donde estamos nosotros), indican que alguno de ellos termina por cruzarse con la órbita de la Tierra por lo menos una vez entre cada 40.000 y 100.000 años. Una vez en el espacio cercano a nuestro planeta, los análisis de los investigadores preven que los Centauros se rompan, dando lugar a una gran cantidad de polvo y a grandes fragmentos de roca que llenarían, literalmente, el interior de nuestro sistema de escombros y harían que un impacto contra la Tierra fuera prácticamente inevitable.
Pruebas del pasado
El estudio de graves trastornos en el clima terrestre, unido al "parón" del progreso en varias civilizaciones antiguas, junto a nuestro conocimiento cada vez mayor de los materiales que nos rodean en el espacio cercano, sugieren con fuerza que un Centauro llegó hasta aquí hace cerca de 30.000 años. Ese gigantesco cometa habría "sembrado" nuestros alrededores con fragmentos cuyos tamaños van desde simples motas de polvo a rocas de varios km. de diámetro. y seguramente alguna de ellas terminó cayendo a la Tierra.
También varios episodios específicos de agitación medioambiental identificados por geólogos y paleontólogos, alrededor de los años 10.800 y 2.300 antes de Cristo, son consistentes con esta nueva comprensión de las poblaciones de cometas y sus comportamientos. Incluso una de las cinco mayores extinciones de la vida terrestre, la que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, se relaciona, según varias hipótesis, con la visita de un Centauro.
"Durante las tres últimas décadas -explica Bill Napier, de la Universidad de Buckingham- hemos dedicado muchos esfuerzos al rastreo y el análisis de los riesgos de impacto de un asteroide contra la Tierra. Pero nuestro trabajo sugiere que necesitamos también mirar más allá de nuestro vecindario inmediato, observar lo que sucede más allá de la órbita de Júpiter, y localizar Centauros. Si tenemos razón, estos lejanos y gigantescos cometas pueden constituir un serio peligro para nosotros, y es hora de conocerlos y entenderlos mejor".
Los investigadores han descubierto también que existen evidencias en otras disciplinas científicas que apoyan sus hipótesis. Por ejemplo, las edades de los cráteres submilimétricos identificados en rocas lunares traídas a la Tierra por las misiones Apolo son, en su mayoría, inferiores a los 30.000 años, lo que indica un enorme incremento, en aquel momento, de la cantidad de polvo en el Sistema Solar interno.http://www.abc.es/ciencia
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