Por Mariano Ribas
Tan cercana, tan cotidiana. Y a la vez tan sorprendente. Después de cuatro siglos de observaciones telescópicas, decenas de sondas no tripuladas, y hasta doce astronautas que caminaron por su polvorienta superficie color ceniza, parecía que la Luna ya poco y nada podía ocultarnos (ni siquiera su famoso “lado oscuro”, fotografiado hace ya medio siglo). Pero no. Ella siempre se guarda algo. Algún secretito, alguna sorpresa, alguna novedad que justifica que volvamos a hablar de ella, una y otra vez. El año pasado nos desayunamos con que, tal como se sospechaba, nuestra compañera de ruta escondía grandes reservas de agua congelada en los oscuros e híper gélidos fondos de sus cráteres polares. Algo que, más allá de ser una curiosidad científica –que confirma teorías sobre impactos de cometas, por ejemplo– tendrá profundas consecuencias a la hora del regreso del hombre a la Luna, dentro de una década. Y ahora, hace días nomás, nos enteramos de que se había “achicado
La noticia se desparramó a toda velocidad por los medios de comunicación. Pero como suele suceder con este tipo de cuestiones, en muchos casos, el tema fue maltratado, banalizado y distorsionado. Se lo redujo a una suerte de mágica sorpresa repentina: la Luna, de golpe, y vaya a saber por qué, había perdido unos 100 metros de diámetro (que tampoco fueron 100, a decir verdad). Incluso, se especuló con posibles consecuencias para la Tierra. Y hasta con la propia “desaparición” de nuestro satélite. Y claro, no podía faltar la obvia referencia al romanticismo: “qué harán los enamorados sin la Luna” (es curioso, pero si uno presta atención al tratamiento mediático de los temas astronómicos –especialmente en la televisión– veremos que, con indeseable frecuencia, quedan reducidos, solamente, a cuestiones de la contemplación romántica del cielo).
Lo cierto, lo concreto, es que aquí hay algo verdaderamente interesante. La Luna parece haberse contraído realmente, pero no de golpe, sino a lo largo de tiempos literalmente geológicos. E incluso aún hoy podría estar “viva”, y no tan inerte como se la pensaba. Es un descubrimiento –que acaba de publicarse en Science– basado en un meticuloso estudio, realizado a partir de imágenes de altísima resolución tomadas por la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) de la NASA. Por eso, en esta edición de Futuro, entrevistamos al Dr. Thomas Watters, destacado geólogo planetario del Smithsonian Institution, de Arizona, Estados Unidos. Watters es el autor principal del paper publicado en Science, y encabezó el equipo internacional de científicos e instituciones que hizo el hallazgo. Veamos de qué se trata.
–¿Que encontraron exactamente en la Luna?
–Encontramos unas formaciones llamadas “escarpas lobulares”. Son una especie de escalones que se elevan sobre el paisaje lunar. Hasta ahora identificamos catorce en las imágenes del LRO. Estas escarpas tienen formas lineales a curvilineales, y miden varios kilómetros de largo y unas decenas de metros de alto.
–¿Es la primera vez que se ven estas formaciones?
–No, en realidad fueron vistas por primera vez en fotografías de alta resolución tomadas por las “Cámaras Panorámicas” de las misiones tripuladas Apolo 15, 16 y 17...
–Pero eso fue hace cuarenta años... ¿qué es lo novedoso de este anuncio, entonces?–Le explico: la cobertura de las fotos de las misiones Apolo se limitó solamente a la zona ecuatorial de la Luna. Esas imágenes cubrieron sólo el 20% de su superficie lunar. Pero esta vez lo que descubrimos es que las escarpas lobulares están distribuidas globalmente. De hecho, siete de las catorce que descubrimos están en latitudes muy altas de la Luna, cercanas a los polos. Y eso es verdaderamente significativo...
–¿Por qué?
–Porque son signos geológicos que, dada su amplia distribución, nos dicen que la Luna sufrió una contracción global.
–Vamos despacito, porque me parece que llegamos al quid de la cuestión: ¿cuál es el mecanismo geológico que está detrás de las escarpas lobulares?
–Las escarpas se forman por fallas de empuje, es decir, zonas de fractura de la corteza donde la superficie es comprimida de ambos lados. Entonces, el material de la corteza es empujado y levantado hacia un lado, y todo a lo largo de la falla. Así se forma una especie de escalón, que es la escarpa. Y estas que encontramos parecen haberse formado muy recientemente.
–¿Cómo lo saben?
–Porque parecen muy jóvenes. Están poco desgastadas, se las ve nítidas y marcadas, y atraviesan pequeños cráteres, que deben ser jóvenes porque los cráteres chicos no duran mucho. Calculamos que estas escarpas lobulares se formaron hace menos de 1000 millones de años. Quizá mucho menos, apenas hace 100 millones de años...
–Claro, para la Luna, que tiene unos 4500 millones de años, es hace poco. Siga...
–Las escarpas son signos de contracción de la corteza lunar. Y como aparecen globalmente distribuidas, nos indican que toda la Luna se contrajo en tiempos recientes.
–¿Pero, por qué se fue achicando la Luna?
–Desde su nacimiento, el interior de la Luna se fue enfriando muy lentamente. Y mientras se fue enfriando, también se fue contrayendo cada vez más, obligando al manto y a la corteza a tener que ajustarse continuamente a esa disminución de volumen interno. La corteza lunar se resquebrajó, y las fallas de empuje levantaron las escarpas que hoy vemos.
–Todo cierra. ¿Y cuánto se achicó?
–El tamaño de las escarpas lobulares y las fallas de empuje que las formaron, y su cantidad, son una expresión directa de la cantidad de acortamiento de la corteza lunar. Nuestros resultados sugieren que desde la formación de las escarpas lobulares, la contracción radial de la Luna fue de alrededor de 100 metros.
–Radial: o sea, unos 200 metros de diámetro. Y no 100, como decían algunas fuentes locales e internacionales...
–Cien metros es lo que se redujo la distancia entre el centro de la Luna y su superficie.
–No es lo mismo, claro. Aun así, dado que la Luna mide casi 3500 kilómetros de diámetro, y que la reducción ocurrió a lo largo de tantos millones de años, no parece algo tan abrupto, ni dramático, tal como se malinterpretó en algunos lugares. Ni tampoco es algo exclusivo de la Luna, ¿no?
–Efectivamente, hemos visto muchas escarpas lobulares en las superficies de otros mundos del Sistema Solar, incluyendo a Mercurio...
–Aclaremos que usted también está directamente involucrado en la misión Messenger, de la NASA, que ya realizó algunos sobrevuelos a Mercurio, y que el año que viene se colocará en órbita del planeta. A propósito: ¿las escarpas de Mercurio se parecen a las de la Luna?
–No, allí son mucho más grandes. Las escarpas lobulares de Mercurio son formaciones geológicas que también están asociadas a fallas y a procesos de tectónica, pero miden cientos de kilómetros de largo, y hasta más de una milla de altura (1600 metros). Y eso nos indica que, a medida que se fue enfriando y contrayendo, este planeta pudo haberse contraído ya no cientos de metros sino varios kilómetros.
–Volvamos a la Luna. Parece que de a poco aquella imagen de un cuerpo inerte desde la época de los bombardeos meteóricos, y la formación de sus “mares”, hace 3 y 4 mil millones de años, ha ido cambiando. ¿Hay otros signos de posible actividad lunar, relativamente reciente?
–Sí, al parecer, los sismógrafos que los astronautas de las misiones Apolo pusieron en la superficie lunar registraron temblores. Y unos treinta habrían ocurrido en la corteza más superficial. La verdad es que la mayoría pueden atribuirse a impactos de meteoros, a mareas gravitatorias provocadas por la Tierra, y a los violentísimos cambios de temperatura superficial entre el día y la noche lunar...
–Pero...
–Pero, también existe una pequeña probabilidad de que algunos de esos terremotos lunares puedan estar asociados a procesos actuales de tectónica, como la formación actual de escarpas.
–¿Entonces, a lo mejor, la Luna aún está viva?
–Nuestra estudio sugiere que sí. Las escarpas lobulares que descubrimos parecen ser muy jóvenes. Tanto que dejan abierta la posibilidad real de que la Luna aún hoy sea tectónicamente activa. Y que todavía se esté contrayendo...
–Cercana. Cotidiana. Y tan sorprendente.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2402-2010-09-04.html
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